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martes, 15 de septiembre de 2009

La Falcata Ibera, la espada que aterrorizo a Roma

FALCATA IBERA.


EMPUÑADURA DE UNA FALCATA IBERA.



Los autores antiguos describen a los guerreros iberos vestidos con túnicas cortas blancas con ribetes de color rojo.

En realidad, es evidente que todos los guerreros iberos no vestían de igual manera, ni mucho menos, pero esta indumentaria sí que era la más corriente en el Sur y el Este de nuestra tierra y por la que los romanos identificaron a los iberos del ejército de Aníbal. Una estética que es la más repetida en el arte ibero.

Los guerreros iberos usaban una gran variedad de corazas para protegerse en combate. La más sencilla era el pectoral que en aquella época también utilizaban los legionarios romanos y que constaba de una placa de metal que protegía el pecho, decorada con grabados de cabezas de Toros, Linces, Lobos.

La falcata es un arma integramente de origen Ibero, La hoja de la falcata mide aproximadamente unos 45 cm. de longitud, es decir, la longitud del brazo. En realidad no hay dos falcatas iguales, ya que estas valiosas espadas se fabricaban por encargo, por lo que cada una tenía unas medidas según el brazo de su dueño. En todo el Mediterráneo se admiraba la calidad de estas armas, fabricadas con un mineral de hierro de altísima pureza. Su flexibilidad era tal que los maestros armeros la colocaban sobre sus cabezas doblándolas hasta que la punta y la empuñadura tocaban sus hombros. Si la espada volvía a su posición recta al soltarla de golpe era una obra de arte, si no se fundía para volver a fabricarla. Los griegos que llegaron a Iberia llevaron la falcata consigo y tuvo gran aceptación, convirtiéndose en la segunda arma más utilizada tras la espada de hoplita, el Kpopis griego.

En las tumbas, las armas iberas se encuentran cuidadosamente dobladas, inutilizadas, ya que, como hemos visto en la falcata, eran armas personales, fabricadas para cada guerrero en concreto y no debían ser utilizadas por ningún otro. Por eso se enterraban inutilizadas con su dueño. El vínculo que unía al guerrero ibero con sus armas era más importante que su propia vida, por ello preferían morir antes que rendirse y entregar sus armas.

Los Generales romanos sorprendidos por la resistencia de la falcata y por las heridas que causaba en sus tropas no tardaron en modificar su propia espada "el gladius" y asemejarla a la falcata, creando el "gladius hispaniensis".





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